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viernes, 11 de octubre de 2013

EL RELATO COMIENZA....


Esta es la historia de Pedro, el calvo de la Rabota, el amigo de la Relumbrosa, el media oreja, el fantasma de la viuda. Mil formas de llamarlo, tantas como historias contó en su vida. La mayoría heredadas, otras inventadas y las menos, eso no lo imaginaba nadie, las que sufrió en sus propias carnes, pero si había algo en común en todas ellas, es que eran historias contadas en primera persona, donde él siempre era el protagonista. Daba igual si era el héroe, el villano, el humillado, el servido, el preguntado, el enamorado, el desolado, el que huía con el rabo entre las piernas. Incluso su muerte estuvo rodeado de nuevas leyendas para entender que le pasó. Unos dicen que se creyó sus historias, otras que lo mató la soledad, que encontró las respuestas que no debemos saber, que pago caro sus atrevimientos. Lo  único que quedó claro es que murió, el por qué, sigue siendo un misterio.
Pedro ya nació pastor. Contaba que su madre lo parió mientras ayudaba a  esquilar las ovejas a su padre, que también se llamaba Pedro, como su padre, que también era pastor. A lo largo de diferentes generaciones del pueblo conocieron por sus sierras a un Pedro el pastor. Si no fuese por las pocas fotos que existen se podría pensar que vivió cinco siglos. Ese era el secreto de sus historias, de su memoria, de su conocimiento de la sierra en la que vivieron. El primero que llegó al pueblo fue Pedro Jiménez , allá por el año 1512, cuando, tras  expulsión de los últimos moriscos después de las revueltas,  vino desde Jaén, con otros muchos a repoblar estas tierras. Desde entonces las leyendas se habían guardado en su familia. Las sacaban para airearlas a menudo, en las noches de verano, bajo las estrellas, alrededor de un brasero en el invierno para que no se olvidasen, para reciclarlas, rejuvenecerlas, adaptarlas a los nuevos tiempos. Los vecinos acudían a su vera cuando bajaban de la sierra para escuchar alguna historia nueva, saber de dónde venían y que había acontecido en aquellos lares. Cada barranco, cada fuente, cada cortijo tenía una leyenda que contar. “Los libros se deshacen, los archivos desaparecen, el pasado acumula polvo en las bibliotecas”. Por eso eran respetados, queridos, envidiados, porque guardaban el pasado de la familia, del pueblo, de la comarca.