Esta es la
historia de Pedro, el calvo de la Rabota, el amigo de la Relumbrosa, el media
oreja, el fantasma de la viuda. Mil formas de llamarlo, tantas como historias
contó en su vida. La mayoría heredadas, otras inventadas y las menos, eso no lo
imaginaba nadie, las que sufrió en sus propias carnes, pero si había algo en
común en todas ellas, es que eran historias contadas en primera persona, donde
él siempre era el protagonista. Daba igual si era el héroe, el villano, el
humillado, el servido, el preguntado, el enamorado, el desolado, el que huía
con el rabo entre las piernas. Incluso su muerte estuvo rodeado de nuevas
leyendas para entender que le pasó. Unos dicen que se creyó sus historias,
otras que lo mató la soledad, que encontró las respuestas que no debemos saber,
que pago caro sus atrevimientos. Lo
único que quedó claro es que murió, el por qué, sigue siendo un
misterio.
Pedro ya nació
pastor. Contaba que su madre lo parió mientras ayudaba a esquilar las ovejas a su padre, que también se
llamaba Pedro, como su padre, que también era pastor. A lo largo de diferentes
generaciones del pueblo conocieron por sus sierras a un Pedro el pastor. Si no
fuese por las pocas fotos que existen se podría pensar que vivió cinco siglos.
Ese era el secreto de sus historias, de su memoria, de su conocimiento de la
sierra en la que vivieron. El primero que llegó al pueblo fue Pedro Jiménez , allá
por el año 1512, cuando, tras expulsión
de los últimos moriscos después de las revueltas, vino desde Jaén, con otros muchos a repoblar
estas tierras. Desde entonces las leyendas se habían guardado en su familia.
Las sacaban para airearlas a menudo, en las noches de verano, bajo las
estrellas, alrededor de un brasero en el invierno para que no se olvidasen, para
reciclarlas, rejuvenecerlas, adaptarlas a los nuevos tiempos. Los vecinos
acudían a su vera cuando bajaban de la sierra para escuchar alguna historia
nueva, saber de dónde venían y que había acontecido en aquellos lares. Cada
barranco, cada fuente, cada cortijo tenía una leyenda que contar. “Los libros
se deshacen, los archivos desaparecen, el pasado acumula polvo en las
bibliotecas”. Por eso eran respetados, queridos, envidiados, porque guardaban
el pasado de la familia, del pueblo, de la comarca.